Si nunca has estado en una escape room te contamos lo que te pierdes.
Todas las escapes room siguen una mecánica de juego similar, cambian en su temática, ambientación y la dificultad. Los temas son de lo más imaginativos y novelescos. Desde descubrir el autor del robo de una obra de arte hasta encontrar un elixir mágico, pasando por asuntos de espionaje, fórmulas médicas, enigmas históricos…
El quid está en que el grupo que entra a jugar debe ir dando respuesta a diferentes acertijos y problemas que, de forma sucesiva, les van acercando a la solución final. Pero esto que parece sencillo, no lo es tanto. La información que reciben es parcial, desordenada y confusa. Tienen que poner a trabajar sus cerebros de forma conectada para encontrar pistas, superar juegos y enlazar soluciones. Si no se organizan bien, no colaboran o se comunican de forma errática, no logran el reto dentro del tiempo previsto. Que por cierto, es otro factor de dificultad. Los juegos tienen una duración máxima de 45 o 60 minutos. Una vez transcurridos, hay que abandonar la sala y el juego.
¿Y para qué nos sirve todo esto, a parte de para divertirnos y subir los niveles de adrenalina (que no es poco)? Ahí es donde entramos nosotros, los consultores. La escape room es un escenario muy similar al trabajo organizativo y como tal, requiere la máxima efectividad del equipo. Un entorno nuevo, confuso y exigente. Incertidumbre y limitación de recursos. Talento y agilidad. Como la vida misma.
Tras el juego nos sentamos a analizar la forma en la que el equipo ha actuado y esto nos permite entender su forma habitual de trabajar: identificar lo que les están funcionando bien y lo que deben mejorar.
Con tres o cuatro horas, en las que se combinan la diversión y la reflexión, el equipo sale con una sonrisa, muy buen ambiente y ganas de poner en práctica en su quehacer diario todo lo que han descubierto.